viernes, 29 de junio de 2012

Fin de curso



El año comenzó como todos en “La Latina”: nuestros horarios con “huecos gruyere”, nuestras catas de leche perruna, nuestras reuniones de equipo educativo para 2º de Bachillerato, que si yo no tengo aula, que si no tengo cañón, que si los exámenes por la tarde, que si este niño no es de mi desdoble, que si no estudian ni hacen los deberes, que si “facturaos” para arriba, que si “carne de pescuezo” para abajo. Hoy vemos este trasiego de pequeñas miserias hasta con nostalgia. Esos eran nuestros problemas al principio de curso, en ellos focalizábamos nuestra atención. Mirados con distancia, aunque es innegable que en su contexto eran  lo inmediato que  nos ocupaba, ahora pueden hacernos sonreír. Porque a pesar de su importancia relativa, eran los problemas de un centro, con alumnos, con profesores, con sus particularidades, pero eran los problemas de un centro, los esperables, los de toda la vida.
Hoy las preocupaciones no tienen forma de miserias diarias, derivadas de la convivencia o de nuestro propio proceder. La Administración, igual que la muerte, ha actuado como entidad democratizadora y nos ha inoculado a todos inquietud, miedo, malestar… nos ha convertido en números, susceptibles de sufrir cambios dolorosos y gratuitos. Nos ha situado al borde del abismo. Y todos tenemos etiquetas, turbadoras en igual grado: interinos, suprimidos, desplazados… Aquel que piensa que no lleva el distintivo, se engaña. Todos estamos en la delgada línea roja. A todos nos puede tocar. No hay parapetos. Y ya se encarga la Administración de que seamos conscientes de nuestra ubicación, con, por ejemplo, cupos de personal en números negativos. Su poder reside en la vana esperanza que cada uno de nosotros alberga y que se articula en el siguiente pensamiento: “mientras no me afecte a mí directamente...”
Tal postura no es más que un síntoma de inconsciencia, de ineptitud. Todos somos interinos, suprimidos, desplazados…  porque todos somos profesores. Hasta ahora serlo era nuestra carta de identidad. Ahora, por igual unos y otros, somos apátridas despojados de seguridad.  La espada de Damocles pende sobre la totalidad de  nosotros. Pensar que “mi culo está a salvo, luego no es necesaria mi protesta” es una falacia. Y, cuando el sentimiento de amenaza supera el anterior pensamiento ante las evidencias, creer que “siempre habrá otro que dará la cara por mí”, es una cobardía.
El curso que viene será el primero de una larga reata de cursos marcados por sucesivas devaluaciones de nuestra posición. La bajada a los infiernos está ya ideada por la Administración. El programa ya está concebido. Sólo tiene que ir aplicándose poco a poco. Saben que cualquier varapalo necesita sus plazos, y tiene sus dosis, su posología, para asentarse en un colectivo que, por eso mismo, carece de visión global del problema, y que simplemente cree viable aceptar cada pequeña humillación según va llegando: la división de los golpes genera que las víctimas se sientan heridas, pero no linchadas, a pesar de que sufren palizas en toda regla. Arte de birlibirloque, se llama.
Los compañeros del IES Beatriz Galindo, “La Latina” han hecho mucho en estos últimos meses. Pero, que no os quepa duda, lo peor está por llegar. Tomad fuerza estas vacaciones, pero sobre todo, tomad conciencia. Falta hace. 

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