El año comenzó como todos en “La Latina”: nuestros horarios
con “huecos gruyere”, nuestras catas de leche perruna, nuestras reuniones de
equipo educativo para 2º de Bachillerato, que si yo no tengo aula, que si no
tengo cañón, que si los exámenes por la tarde, que si este niño no es de mi
desdoble, que si no estudian ni hacen los deberes, que si “facturaos” para
arriba, que si “carne de pescuezo” para abajo. Hoy vemos este trasiego de
pequeñas miserias hasta con nostalgia. Esos eran nuestros problemas al
principio de curso, en ellos focalizábamos nuestra atención. Mirados con
distancia, aunque es innegable que en su contexto eran lo inmediato que nos ocupaba, ahora pueden hacernos sonreír. Porque a pesar de su importancia
relativa, eran los problemas de un centro, con alumnos, con profesores, con sus
particularidades, pero eran los problemas de un centro, los esperables, los de toda la vida.
Hoy las preocupaciones no tienen forma de miserias diarias,
derivadas de la convivencia o de nuestro propio proceder. La Administración, igual que la muerte, ha actuado como entidad democratizadora y nos ha inoculado a
todos inquietud, miedo, malestar… nos ha convertido en números,
susceptibles de sufrir cambios dolorosos y gratuitos. Nos ha situado al borde del abismo. Y todos tenemos etiquetas, turbadoras en igual grado: interinos,
suprimidos, desplazados… Aquel que piensa que no lleva el distintivo, se engaña.
Todos estamos en la delgada línea roja. A todos nos puede tocar. No hay parapetos. Y
ya se encarga la Administración de que seamos conscientes de nuestra ubicación, con, por ejemplo, cupos de personal en números negativos.
Su poder reside en la vana esperanza que cada uno de nosotros alberga y que se
articula en el siguiente pensamiento: “mientras no me afecte a mí directamente...”
Tal postura no es más que un síntoma de inconsciencia, de
ineptitud. Todos somos interinos, suprimidos, desplazados… porque todos somos profesores. Hasta ahora serlo era nuestra carta de identidad. Ahora, por igual unos y otros, somos apátridas despojados de seguridad. La espada
de Damocles pende sobre la totalidad de nosotros. Pensar que “mi culo está a salvo, luego
no es necesaria mi protesta” es una falacia. Y, cuando el sentimiento de amenaza
supera el anterior pensamiento ante las evidencias, creer que “siempre habrá
otro que dará la cara por mí”, es una cobardía.
El curso que viene será el primero de una larga reata de cursos marcados por sucesivas
devaluaciones de nuestra posición. La bajada a los infiernos está ya ideada por
la Administración. El programa ya está concebido. Sólo tiene que ir aplicándose
poco a poco. Saben que cualquier varapalo necesita sus plazos, y tiene sus dosis, su posología, para
asentarse en un colectivo que, por eso mismo, carece de visión global del problema, y que
simplemente cree viable aceptar cada pequeña humillación según va llegando: la división de los golpes genera que las víctimas se sientan heridas,
pero no linchadas, a pesar de que sufren palizas en toda regla. Arte de
birlibirloque, se llama.
Los compañeros del IES Beatriz Galindo, “La Latina” han
hecho mucho en estos últimos meses. Pero, que no os quepa duda, lo peor está
por llegar. Tomad fuerza estas vacaciones, pero sobre todo, tomad conciencia. Falta
hace.
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